Cinéfilos curiosos

viernes, 19 de febrero de 2016

CAROL (Todd Haynes, 2015)



ANTES DE

El Cinéfilo Ignorante gusta de ir al cine reafirmando su ignorancia, es decir, completamente desconocedor de lo que se va encontrar en una película. Bueno; admite una pista sobre el género cinematográfico de la película en cuestión para poner en marcha el modo drama o el modo histórico y afrontar la obra de forma más receptiva.


















Esto viene a cuenta de lo fácil que puede ser fatidiarle a alguien la proyección de Carol revelando, en la más arraigada tradición spoiler (a saber: hacer de aguafiestas ante aquel a quien le gusta descubrir por sí mismo una historia cinematográfica), revelando, digo, que es una historia de amor de tipo... ¡Ay, que ya se me iba a escapar! Y no: no lo diré.















Pero, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, al Cinéfilo Ignorante lo hicieron, por desgracia, un poco más sabio y, así, tenía noticia de qué tipo de amor trata la peli, con lo que s´encontraba con una predisposición entre acogedora y expectante máxime cuando las críticas al film son aquellas a las que se les suele asociar con la expresión poner por las nubes.















De otra parte, se temía que podía estar algunos minutos de la proyección lo que se dice durviendo la película puesto que esta empezaba a una hora tan poco europea como las 22:35. ¿Se acuerdan ustedes de las sesiones golfas? Pues aquí, casi casi.




EL DURANTE

Podríamos descubrir aquí que el ritmo de la película es... ¿Lento? Dejémoslo en pausado. ¿Parsimonioso? Mejor diremos que sutil. ¿Detenido? Prefiero que se describa como detallista. Con estos disfraces podríamos suavizar los calificativos propios de Carol sugiriendo la necesidad de un hervor ya que la narración es impecable. Hay algún que otrO anticlímax excesivo que achacaremos a lo tardío de la hora y, por tanto, al cansancio mental del espectador previo al durante.














Una vez más, son las interpretaciones las que hacen que se eleve el concepto que, de este largometraje, va adquiriendo el espectador a medida que la vida real se va acercando a las doce de la noche. ¿Por qué la guapa guapísima de Cate Blanchet, protagonista indiscutible, puede aparecérsenos como imperfecta? ¿Será su mirada lánguida? ¿Sus mohínes de simulada indecisión? ¿Sus maneras de pija con subidones de teatralidad? ¿Su posible tendencia a la manipulación de personas que están a su servicio? A buen seguro que esa falta de identificación con el personaje, al menos, en el caso de El Cinéfilo Ignorante, no se debe a lo que ella misma, es decir, Carol, llama su naturaleza.















En torno a ella giran personajes dibujados con sumo acierto y que evolucionan cada uno a su manera, como ocurre al otro lado de la pantalla aunque nos digan que la gente no cambia nunca. Entre ellos, media unas paredes de incomunicación de tales dimensiones que, a lo largo de toda la película, se habla muy comedidamente: los folios del guion que deben ocupar los diálogos no deben ser demasiados, razón de más para realzar la calidad de las conversaciones o, más bien, los monólogos expresados tanto en compañía como a solas.















Hacia el final, desaparece ese supuesta falta de hervor; se recupera lo que algunos llaman el pulso narrativo gracias a un par de momentos cruciales que, por un efecto sorpresa que cruza la línea de miradas y silencios, pertenecen más al mundo del cine que al de nuestra vida cotidiana. Pero nos creemos a pies juntillas esos efectos tanto por ser necesarios a la hora de desenmarañar el conflicto irresuelto como por la conveniencia de darle una salida a la discreta trama que recorre las actuaciones de los protagonistas.
















¿Se insinúa aquí que esos momentos decisivos están un poco forzados? Pues bendito sea que el señor director, el mismo que se encargó de la divertida Velvet Goldmine, reactive el motor narrativo con una quinta marcha que hace que la historia encuentre una salida de irreprochable dignidad.
















Si a los personajes los rodean o incluso los asedian otros personajes, ninguno de ellos se escapa del paisaje invernalmente desolado que les envuelve y que, en algún caso, les enfría a la hora de responder de una forma de ser libre y sana. Quiérese decir que a uno les dan bastante pena de la de verdad, de la que busca identificarse con todos ellos. A uno les gustaría sacarlos de los dos ambientes opresivos: del frío de la interminable Navidad y de la congelación que supone vivir sumidos en una vida moral de prohibiciones, amenazas y castigos.















Al final, nos encontramos con un último fotograma merecedor de un premio a la excelencia absoluta: la mirada ambigua de Carol, conocida en otros ámbitos (por ejemplo, Cinderella, Blue Jasmine o El curioso caso de Benjamin Button)  como Cate Blanchett. ¿Seguro que es esa mirada? No; debe haber algo más, como, por ejemplo, los labios que perfilan su sonrisa entumecida en la fotogenia; la indumentaria que, una vez más, es el espejo del alma; el perfil de un rostro bello que acierta a sorprendernos mostrando su imperfección o su ambigüedad. Premio, pues, al último fotograma del film, que hace que el espectador, una vez ha superado las fuerzas del sueño, termine aceptando ese final, con la sonrisilla de Carol como broche contundente.



D E S P U É S    D E

Seamos realistas: no es una película para ver después del copioso almuerzo ni para la hora de la siesta ni tampoco para la sesión que bordea la medianoche. Pongamos el momento merienda como el más apropiado para el deleite de imágenes, diálogos y ritmo cadencioso pero desesperante en el sentido de buscarle una salida a la represión de sentimientos y apremios sentimentales.















Con las luces de la sala ya encendidas, se oye a un espectador soltar un "Pues sólo me he dormido cinco minutos", lo cual supone un halago para una película que habrá hipnotizado a esa persona en los 113 minutos restantes merced a una historia maravillosa ambientada en los años cincuenta, década que, como tantas veces en el cine, se nos presenta dominada por el color gris, como si al sol se le hubiera olvidado encenderse durante diez años.















Al final, pues, Carol encandilará a los amantes de películas de Miradas y Silencios, a los nostálgicos de la Nueva York de toda la vida, a los románticos incurables y despojados de prejuicios, a los miembros de grupos de, ejem, liberación sexual, a los profesionales de la intrahistoria, a los fans del lujo clásico y, por último, a todos aquellos que gustan del cine bien hecho.















Muy bien, Cinéfilo Ignorante, por no desvelar cuál exactamente es El Conflicto.
Muy bien, Todd y compañía. Sólo os ha faltado cortar esos cinco minutos de cabezadas y, quizá también, espolvorear un chorrillo de alegría, ya que el buen humor también debió existir en los opresivos años cincuenta.
Llevaos, en justicia, las casi cuatro estrellas:
★★★¾

sábado, 6 de febrero de 2016

SPOTLIGHT (Thomas McCarthy, 2015)

¿Les sucede a menudo que están preparados para una noche tranquila y solitaria en pleno fin de semana? ¿Que han llegado a convencerse de no sentirse atraídos por el bullicio sabatino y, así, han asumido quedarse en casa? ¿Que ya han pensado en un Dvd o en una selección de YouTube para pasar la velada sin la habitual visita a la sala de cine? ¿Les ha pasado alguna vez que, entonces, inesperadamente, reciben una llamada o mensaje sugiriéndoles ir a ver una peli en su sala de cine preferida pocos minutos de su comienzo? ¿Cómo dicen? ¿Que casi nunca les ha pasado eso? Pues a mí tampoco.


Pero, en esta ocasión, sí me avisaron para ir al cine estando uno tan tranquilo en su casa y poco antes de que dara comienzo la película. De esta guisa se presenta El Cinéfilo Ignorante para ver Spotlight, después de un carrerón digno de un sprinter. Gracias a que, para algunos taquilleros, los arrebatos de cinemanía son las faltas que le inspiran mayor indulgencia, da tiempo a estar sumido en la butaca antes incluso del consabido traíler.
 ¿Ideas previas sobre Spotlight? Pocas, como de costumbre. Antes de verla, podría pasar por un thriller de esos en los que es superimportante el valor de un rábano quién agarró el arma, dónde la escondió y en qué momento se la pasó a otro que fue el que perpetró la matanza de turno. Eso sí; huele regular eso de que pueda pertenecer al género cinematográfico conocido como cine americano y que, así de primeras, la cosa vaya de periodismo de investigación. Pero no: también hay gente caritativa que tiene la deferencia de evitar contarte de qué va la historia.
Así pues, enseguida viajamos al mundo del periodismo. El que guste de la prensa empieza a disfrutar un montón. Si también le gusta oír el suave acento del inglés de Nueva Inglaterra, desde el primer minuto le está haciendo un buen regalo a sus oídos. Finalmente, aquel al que le interesa conocer más a fondo la sociedad de un país de cierto peso en el mundo como es Estados Unidos, también va a ver justificada la incursión en una noche de enero que se preveía casera. 
 

Los personajes o, mejor dicho, esas interpretaciones, son los que merecen la excursión a una pantalla grande que exhiba Spotlight. Es sumamente difícil y también resbaladizo contar con actores y actrices que representan personas dedicados en cuerpo y alma a una causa. Sorpréndanse: en toda la película no hay el menor atisbo de una historia de amor ni de un trauma entre policías resentidos o víctimas de la culpa. Esos podrían resultar ideas fáciles comparados con la muestra de profesionales al 100%. El peligro es la afectación, la caricatura del adicto al trabajo, el elogio desmedido hacia un gremio. Pero no: esos que trabajan tanto son gente que, realmente, se cree lo que hace.

No sé ahora, en estos tiempos de ipods y de tablets, si esos profesionales teclearían en dichos aparatejos con la misma entrega con la que empuñan un lápiz (sic) para garabatear en su libretilla (más sic) unos trazos que, se supone, recogen las declaraciones de los entrevistados. ¡Qué pasión grafómana! ¡Qué amor periodístico! ¡Qué afición a Los Papeles!

Espero dejar espacio al misterio aun desvelando que los focos se dirigen hacia la Iglesia Católica. Escribo desde un país en el que es aparecer un cura y es seguirle alguien con un palo o con un palio. Es otro peligro, en este contexto, juzgar una obra en función de las opiniones propias sobre una institución que tiene la misma facilidad para divulgar misterios teóricamente imposibles y para ocultar hechos no menos inverosímiles del estilo Eso Es Imposible. En efecto: la Santa Madre Iglesia no sale muy bien parada que digamos y, aún así, seguirá siendo, incluso para algunos profesores de Religión, una magnífica película.
 
No son pocos los obstáculos para pintar un retrato creíble y objetivo: la profesionalidad exacerbada, la Iglesia, unas relaciones personales de compañeros de trabajo que deben estar codo con codo día y noche ¡con lo que podría pasar! Que no: que esta gente se dedica a lo que se dedica. De ellos se encargan unos intérpretes tan fornidos, polifacéticos e irresistibles como Michael Keaton, que lo mismo hace de Hombre Pájaro que de Periodista Receloso; a Mark Ruffalo (un tipo que ha estado a la altura en joyitas como Foxcatcher, A ciegas y Begin Again) y que aquí se da sus buenas carreras para que no le cierren unas cuantas oficinas a lo largo de todo el film; a Liev Schreiber, que, en esta cinta, parece, sin que se entere su Naomi, un cruce entre las caras de Antonio Muñoz Molina y, ejem, Jorge Javier Vazquez, y, cerrando una lista que no debería ser tan exigua, a la grandísima Rachel McAdams, que hace lo que quiere con esa forma de mirar.


Ninguno de ellos tiene nada que ver con los intérpretes de El Club, la Obra Maestra (Sí; eso he dicho), que también explota el tema central de Spotlight. En la forma, desde luego, no mantienen ninguna relación; ni tampoco en la situación temporal: esta sucede antes que aquélla. Pero es la misma historia, siempre de interés igual por lo bueno (la denuncia de la injusticia) que por lo malo (lo escabroso del asunto). En cuanto a esto último, descuiden: el morbo malsano brilla por su ausencia. En lo que respecta a la lucha contra la injusticia, se da en el desarrollo de Spotlight una sospecha de ambigüedad que la enriquece muy mucho: ¿Buscan caer bien a sus vecinos bostonianos? ¿Van detrás de la fama? ¿Del prestigio? ¿Lo que quieren es la recuperación de las ventas, o sea, ganar dineros? ¿O lo que anhelan es la búsqueda de la verdad, tarea que, de hecho, no debería ser patrimonio de lo que llaman El Cuarto Poder?
 
Para que no le acusen a uno de exagerado, hay que admitir que también nos estancamos en algunos baches de los más de 120 minutos que giran en torno al periodismo de investigación, género obtuso tanto para los románticos empedernidos como para los hiperactivos del cine de acción, pero también para los que nos reconocemos negados a la hora de retener nombres de jueces, obispos, sacerdotes, gacetilleros y víctimas además de lo ajenos que nos pueden resultar ciertos laberintos legales. Es verdad: hay momentos en que el espectador se pierde un poco.

Si ya se ha mencionado a quién puede resultarle difícil la película, falta hacer referencia a los que no se la pueden perder: estudiantes de periodismo; fans de la democracia de los Estados Unidos de América; adictos a la gran escuela de actores y actrices de que se nutre, cuando quiere, el cine de ese país; aficionados al béisbol; víctimas del proselitismo e hipocresías católicas; los que tienen hambre y sed de justicia; los que tienen sitio en la cabeza para casos judiciales suma(ria)mente complicados, y, por último, los que están hartos de que, tantas veces, los periodistas se dediquen informar de estupideces.
Y el veredicto es... ★★★½