Cinéfilos curiosos

sábado, 16 de julio de 2016

CORAZÓN GIGANTE / FÚSI (Dagur Kari, 2015)



¿Hay que convencerse uno mismo de ir al cine uno solo? Mejor preguntarle a las personas que suelen asistir a ese tipo de espectáculo y no a aquellos que solo van a una sala cuando aparece la mágica palabra: Festival (sea de cine de adventuras, de cine francés o de ciencia-ficción serie B), vocablo que guarda connotaciones con un término tan valorado como fiesta



Ahora, si la película es de un país cuyo nombre suscita reacciones del tipo ¿Dónde está eso? y si, encima, en su escasamente glamuroso cartel, solo hay espacio para personas de físico poco atractivo para la mayoría de los medios de comunicación y, por tanto, de la gran masa, no te molestes en avisar a tus amigos aficionados a la fiesta para animarles a ir a ver Corazón gigante, que, para lo mainstream (Perdón: lo, con nuevas disculpas, comercial), tiene muy poco tirón inicial. Vete tú solo y te alegrarás aunque no sea una de chistes ni de romanos.

Ya que se habla de lo raro, gusta pensar que lo verdaderamente extraño es hacer cosas perpetradas diariamente y que no tienen mucha lógica: ver entrevistas con gente guapa que afirma, con toda rotundidad, que son Muy Felices cuando, por poco que se piense, sabemos que no es así; ingerir alimentos destinados a minar la salud del comensal sólo porque son rápidos y baratos (y, a veces, ni bonitos); ejercer el derecho al voto eligiendo a un candidato que o no gusta nada o no se conoce bien nada más porque el que se supone enfrente cae todavía peor. Así podríamos seguir enumerando ad infinitum actividades diarias absurdas.

Después de todo, lo raro puede ser lo más juicioso y eso se parece a lo que muestra Corazón gigante, título, por cierto, engañoso. Al Cinéfilo Ignorante le da que la traducción del título original, Fúsi, que es como se llama el personaje principal, obedece a puros y duros criterios comerciales. Corazón es una palabra manida en el imaginario lírico de la lengua española, objeto de burla de gringos conocedores del castellano, que se fijan en los cientos de veces en que aparece corazón en coplas, canciones, estribillos, poemas y declaraciones expresados en el idioma en que, por ejemplo, está escrito este blog. Así, facilitándole la labor al personal, se diría que el uso de corazón (¡empacho de palabrita!) quiere acercarnos un poco a la película y, al final, le daremos las gracias por ello.


Ahora, una vez empezada la propia película, se plantea el espectador que las personas solitarias no son tan excéntricas como nos quiere hacer ver la mayoría de los gregarios, que, si no uno mismo, todos tenemos algún conocido, familiar o incluso amigo, que disfruta enclaustrándose en su mundo o que práctica costumbres antaño tenidas por extravagantes como irse de viaje solo o darse a los videojuegos de uno contra uno; si me apuran, a todo el mundo le hacen falta horas y hasta días de soledad para recomponer ideas, volver a su silencio y ordenar sus bienes a su antojo.



En el caso de  Fúsi, El Hombre, eso es lo que él hace diariamente: lo que le da la gana. Lo malo es, lo mismo que en el caso de la alimentación al que se alude más arriba, cuando lo que apetece es perjudicial. Si se aproximan vientos foráneos, no es tan malo abrir las ventanas. Por fortuna, ese personaje aparentemente ensimismado las deja entreabiertas. En un primer momento, su soledad, su vida entre cuatro paredes y pegado a dos personas desaboridas, recuerdan a una figura de genio, algo a lo Ian Curtis, cantante de un grupo de música siniestra que se desbandó con su suicidio. Fúsi vive su vida, con unas aficiones muy concretas y personales, y ahí, sin hacer ruido ni soltar carcajadas, s´encuentra de lo más agusto. Lo malo suele ser El Exterior, que se personifica al realizar el trabajo asalariado, condena en la que debe enfrentarse a Los Demás.


Dentro de Los Demás, la lección que nos da esta película es hay que estar atento a otras figuras altamente benefactoras, que no tienen por qué ser ni sabios ni ricos ni famosos ni sanos ni equlibrados ni maduros. A Fúsi le saldrán al paso personas que, con sus vaivenes, le sentarán muy bien, y ya hay que callarse porque s´está revelando demasiado de esta joya que es Corazón gigante desde que empieza hasta que se termina.
 

Déjenme tan solo advertirles sobre una escena en la que aparecen amabilísimos inmigrantes, parece que polacos, y que no dura más de un minuto. Déjenme decirles también que aquí las personas evolucionan de manera creíble, mérito que hay que resaltar con lo fácil y lo exitoso que es contar historias en las que sólo hay buenos y malos armando jaleo. Déjenme (y ya me callo) llamarles la atención sobre la función divulgativa de esta producción como obra documental, que nos muestra cómo se vive en una remota isla del Atlántico Norte y cómo. muy en el fondo, su cotidaneidad guarda gran parecido con la del resto del mundo.


Como es lógico, no les va a sonar el nombre de ningún actor y se preguntarán si estos ruedan muchas películas, si habrá más tesoros como este escondidos en la bruma islandesa y, entonces, El Cinéfilo Ignorante se apresurará a responder afirmativamente. ¿Que cómo ha llegado hasta nosotros Fúsi, La Película? Quizá le haya ayudado, entre otros motivos promocionales, ese cambio de título. Que el señor Gunnar Jónsson siga siendo un perfecto desconocido para el gran público ausente de la República de Islandia es algo que debemos lamentar en fechas en que los aficionados al fútbol están aprendiendo a pronunciar nombres de jugadores islandeses a fin de querer ficharlos para equipos de su país. 
 


Finalmente, siente uno deseos de tocar un tema tan atractivo, por aquello del morbo melodramático, como es el de soltar unas lagrimitas provocadas por lo que sale en la pantalla de una sala de cine. Corazón gigante lo consigue del globo ocular d´El Cinéfilo Ignorante y no por pena sino por alegría: el resquicio de las ventanas entreabiertas permite al amigo Fúsi mirar al mundo de otra manera sin que él deje de ser él. Da lástima, esto sí, que otros actuantes de la película permanezcan sumidos en su brutez, celebrada, y eso sí que es raro, por la sociedad convencional, con su inclinación a demostrar virilidad ante depende quién, a recrearse en el conformismo de la monotonía y a sospechar de cualquier persona que quiera disfrutar de su aislamiento.


Siendo leal a su epíteto, no se va a dedicar este Cinéfilo a la investigación cinematográfica. Ya llegará. Por ahora, se dedica a recomendar Corazón gigante y a no importarle volverla a ver. ¿A recomendarla a quién? Uno tiene sus dudas con este tipo de películas y los gustos mayoritarios: a ciertas personas con las que no se puede hablar de, digamos, la guerra de Iraq y sí de los últimos modelos de 4x4 que van a conducir sin salir de España, les va a costar la misma vida disfrutar con esta maravilla de película. 


A otro segmento de la población que bascula entre lo-que-le-echen y tener-cierta-curiosidad les puede gustar sin que derramen lágrimas. Por último, les arrebatará, durante toda la proyección o en alguno u otro momento de la misma, a fans de Joy Division; a estudiosos de la psicología social y de síntomas de la depresión; a profesionales del tratamiento del sobrepeso; a aficionados a los juegos de estrategia basados en la Segunda Guerra Mundial; a amantes de viajes por el Círculo Polar Ártico; a aprendices de bailes típicos del Far West; a personas interesadas en casos sospechosos de abuso a menores; a acólitos de dramas no excesivamente facilones y, sin embargo, un poco dados al lloriqueo, y, en plan terapéutico, a solitarios contentos consigo mismos pero a los que no les vendría mal entreabrir las ventanas de su cuarto.


Corazón gigante hace méritos para una alta puntuación. Además, pasado un tiempo, se diluyen sus defectos, que, a buen seguro, también tendrá pues la perfección nos habría dejado otro sabor de boca al temrinar de verla. Quizá se redescubran esas imperfecciones con la ansiada revisión, pero, ahora mismo, cuenta con sus cuatro estrellas que hacen que, desde ya, se la considere como Una De Las Mejores Películas Vistas En 2016. 

lunes, 11 de julio de 2016

AHORA SÍ, ANTES NO (Hong Sang-soo, 2015)



Escribir es hacer que las vivencias sigan estando vivas. Para ir a tono con la película d´esta entrada, ya hemos soltado la cita lapidaria de turno y es que, si El Cinéfilo Ignorante no hacía esto, reventaba. Tenía que, valga la insistencia, dejarlo por escrito porque lo cree de verdad identificándose así con la frase de un poeta, literato, periodista y ensayista español: Si te enamoras, escríbelo. Y creo que añadía: Si no, ¿para qué?




Ocurre, principalmente, con dos tipos de experiencias personales: los viajes y las películas. En otro tiempo, podríamos decir que, en efecto, también pasa con los estados amorosos o incluso la audición de discos o la lectura de libros que dejan una huella imborrable. Pero estos últimos están siempre ahí para volver a intentar revivir las sensaciones que produjeron. Por el contrario, ¿cómo se hace reemprender y sentir el mismo viaje? ¿Cómo regresar a la sala de cine para ver esa película una vez más? No se puede. Por tanto, escríbelo.











He aquí un objetivo que viene dado puesto que la necesidad de plasmar por escrito la emoción desatada, en este caso, por una película, sale sola, sin crearse ninguna finalidad ni, por supuesto, pensando que así, sobre el papel o sobre la pantalla de un aparato, la obra va a pervivir en el tiempo ni tampoco, como quedó dicho por aquí, anida un propósito de salvador de las masas dándoles a conocer obras que se escapan de los circuitos más, ejem, comerciales.



Hay necesidad hasta de expresar pensamientos e impresiones acerca de películas que No han gustado, sobre todo, en el caso de Ahora sí, antes no, que, para empezar y dicho totalmente en serio, debería puntuarse de la siguiente manera: Antes, sí. Ahora no, con su punto y seguido enmedio. Pero bueno: si dicen que, en los medios periodísticos más que nada, se redacta peor (como si, in illo tempore, no hubiera más que plumas exquisitas), si dicen eso, afirmo, entonces, que la forma de puntuar los textos en la actualidad es para darse de cabezazos contra la pared.


Es que había expectativas para disfrutar Antes sí, ahora no. Influye el hecho de proceder de un país tan atractivo como Corea del Sur, tan avanzado en tantos aspectos, tan sugerente para esa juventud de hoy que siente inquietudes más allá de su propio barrio o, peor aún, de su comunidad autónoma. Gusta de ese país asiático, más que otras cosas, la limpieza de su entorno, la luminosidad por naturaleza o por industriade sus campos y ciudades, y, por último, lo armónico de la grafía que usa su idioma, y eso sin contar con el pintoresco espectáculo que trae a la mente la sola mención de un país único como es Corea del Norte.



A estos polos de atracción le sumamos las críticas recogidas por la admirada y aún más requerida página web filmaffinity, que abunda en epítetos eligiosos dirigidos hacia la película en cuestión recogiendo frases tan cultas y elaboradas como palpita el recuerdo de la obra de Rohmer, con su capacidad de observación de las minúsculas fragilidades cotidianas o como ...es indiscutible que la sensibilidad del trazo y la penetración en los personajes atestiguan la mano y la voz de un maestro. Como diría Alguien, Y yo, con esta cara.




La cara es de perplejidad por lo intricado (¿Lo he dicho bien?) de las citas y también por, reconozcámoslo, las ganas de ver la película sin, como buen Ignorante, saber nada de la filmografía del tal maestro. Llega uno con todas las expectativas y cumpliendo con su costumbre de Cinéfilo de sentarse en la segunda o tercera fila de la sala de cine ni grande ni pequeña. De seguido, asiste a unas primeras escenas de gente que se expresa con serenidad en un espacio urbano como muy de tigre asiático ecologista, es decir, limpito y libre de agobios. Así, los personajes entablan conversaciones con una facilidad pasmosa, ante lo que hay que actuar con indulgencia pues, al fin y al cabo, se trata de ficción y, más aún, de cine.


Esto me suena, pero seguimos. Los diálogos llevan una carga irónica que puede gustar una primera vez. Ahora bien: cuando aquellos se desarrollan con una despaciosidad del que tiene todo el tiempo del mundo para recrearse en la dicción de la lengua coreana, que tenemos la desdicha de desconocer, las escenas van gustando. De un primer diálogo entre gentes que acaban de presentarse se pasa a la invitación a la casa de uno de ellos, lo que conlleva presentar a la familia, circunstancia que a uno le trae al pairo a no ser que mantenga un vivísimo interés por comprobar cómo se vive o, más en concreto, cómo se cena en el seno de una familia nuclear de Corea del Norte. Vale; sí. Es suficiente. Gracias.



Hasta ahí, la película podría tener un pase. Mas la dirección se tuerce sin remedio cuando, sobrevolándole soñolientas cabezadas a la atención mostrada por el espectador, las mismas escenas de presentación, primeras frases en plan buen rollito y posterior disfrute de una cena con laaarga conversación en casa de uno de los protagonistas se vuelven a mostrar repetidas paso a paso aunque con ligeros cambios en las palabras de los personajes. Entonces, crece el hartazgo del espectador, y la fatiga se instala en la paciencia d´El Cinéfilo.




"¡No me digas que, durante todo el resto de la película, van a poner exactamente todas las escenas anteriores!" exclamó este que les escribe aun con toda la pasión de un grafómano. Así es, pero también es una ocasión que ni pintada para recuperarse, durante más o menos una hora, del agotamiento de todos los madrugones de un trabajador asalariado a lo largo de la semana. Por fortuna, llega ese momento, es decir, esa recuperación en modo de reparador sueñecito que, dicho sea de paso, no trae consigo ningún arrebato de culpabilidad como pudo haber ocurrido con películas que sí debieron merecer la pena o, si no, acuérdense de lo que nos pasó con Macbeth (Justin Kurzel, 2015).


Siguiendo la manida frase de cierto microrrelato, cuando despertó, los personajes todavía estaban allí y con el añadido de presenciar la conclusión del escasamente vertiginoso relato aún sumido en la repetición. Ya que hablamos, una vez más, de repetición, lo que estaba viendo El Cinéfilo Ignorante le sonaba a Otra Película, a aquella en la que la admiradísima Isabelle Huppert se prestaba a una serie de malentendidos, intentos de ligue por parte de coreanos y otras reincidencias de sucesos triviales.


¿Cómo se titulaba aquello? De lo que sí se acordaba entonces el Cinéfilo es que la llegó a defender al ser inmisericordemente vilipendiada por una de las personas más cultas que conoce y que, aquel día, le acompañó al cine para acabar sintiendo tentaciones incluso de abandonar la sala. ¿La forma de salir en defensa de aquello? Pues que ahora el humor ha cambiado, que la llamada comedia negra está hecha a base de hilar pequeños absurdos y que La Huppert mantiene muy bien el tipo. No funcionó: pocos días después, otra de las personas más afinadas en la crítica amateur de cine que conoce El Ignorante llegó a calificarla como la peor película que he visto en mi vida. ¡Glups! Se trataba de En otro país y, en esa segunda lluvia de improperios, lo más apropiado no era ejercer, una vez más, de abogado del aburrimiento.


Eso fue entonces. Ahora nos damos cuenta de que el tal Hong Sang-soo es el director ¡de las dos películas! Así que, si a ustedes les gusta recrearse en la repetición, este puede ser uno de sus realizadores preferidos.



A la hora de recomendar esta cinta, tampoco es cosa de fiarse de los sesudos críticos cuyas opiniones quedan recogidas en filmaffinity, quiérese decir, de, por muy Cinéfilo que sea uno, los argumentos bella y sucintamente expresados por los críticos. Que no. Que la película es de una pesadez difícil de soportar, que no aparece por ninguna parte lo positivo de lo que podría ser considerado por comedia negra y que, para adentrarse en la vida cotidiana de Corea del Sur, ¿qué quieres que te diga? Que estamos en el cine de ficción, o sea: en el ámbito en el que estar sentado reposando una comida da lugar a conocer a personas irresistibles con las que después te vas a cenar. No es creíble, entonces, que eso suceda en la vida de aquél país ni en la de los que conocemos más de cerca.



Conclusión: que habrá que fiarse más de las opiniones de esos amigos que van mucho al cine y no de los críticos que viven de sus librescas opiniones. Librescas he puesto y no otro calificativo insultante.



Sin embargo, seguro que Ahora sí, antes no encuentra adeptos entre la gente de la calle o, en todo caso, puede interesarle: a fans irredentos del K-pop; a viajeros que repiten periplos por Extremo Oriente; a alumnos de la muy interesante carrera universitaria conocida como Estudios Asiáticos; a aficionados al cine independiente en cuyas obras no sólo no pasa gran cosa sino que, además, lo poco que ocurre se cuenta más de una vez; a directores de cine de género masculino con ansias de conocer chicas bastante más jóvenes que ellos; a gastrónomos de la cocina coreana, y, para terminar, a aquel que ha visto todas las películas de la cartelera que le han llamado la atención y que, a la vez, necesita de unos sesenta minutos de feliz sueño en una silenciosa sala de cine, que, con toda seguridad, no va a llenarse.



Qué apuro darle nota a Ahora sí, antes no, ¿verdad? Repasando fotogramas de la película y pasando olímpicamente, que se dice, de las opiniones de los críticos, siéntense deseos de ser bueno, bondadoso, benévolo, sin castigarla demasiado. ¿Como para darle el aprobado? Tampoco.
¼