Cinéfilos curiosos

lunes, 6 de junio de 2016

LA VIDA DE JAN (Bernardo Moll Otto, 2015)

Es el ámbito del Festival de Málaga, uno de esos acontecimientos que consigue cambiar la vida de una ciudad; bueno: quiérese decir de El Centro De Una Ciudad. A fe mía que no es únicamente la extensa alfombra roja recubriendo las vías principales del casco histórico lo que hace que toda una urbe parezca otra. En efecto: se trata de algo así como Esa Málaga Que Se Mira y Que Se Quiere En Las Grandes Pantallas Y En Los Autógrafos Que Se Piden A Los Famosos.



Esta vez le van a poner falta al Cinéfilo Ignorante, que casi nunca ha sido ajeno a la cita de este Mega Festival, sobre todo, en los apartados de a) Cortometrajes, b) Territorio Latinoamericano y, c) sobre todo, Documentales, y que aquí ha visto, especialmente en esta última sección, excelsas obras que recogen vidas de rincones de todo el mundo: desde hasta una relación de la vida y milagros del auténtico Bowie español, más conocido como Tino Casal, cuya corta pero apasionada existencia cabía en su justa medida en Gran Casal: me como el mundo (José Antonio Quirós, 2002), hasta la explosión social y política de la Nicaragua reflejada en Palabras mágicas (para un encantamiento) (Mercedes Moncada, 2012), en la que se ve cómo hacen muy buenas migas profesionales de la Iglesia Católica con revolucionarios nostálgicos de la Unión Soviética.


  
Disculpen, señores del Festival de Cine Español de Málaga, que, este año, haga novillos largándome al IndieLisboa. De todas formas, no me ausento enteramente de la cita ineludible al probar otra vez con los documentales queriendo y no queriendo revivir las sensaciones experimentadas, por ejemplo, gracias a las dos obras arriba aludidas. Así se presenta El Cinéfilo en la recogida sala-teatro donde se va a proyectar La vida de Jan, de la que sabemos algo: se dice que es un Boyhood a la española y que cubre los primeros meses y años de vida de un chico con síndrome de Down. A partir de ahí, el tema puede tratarse de las más diversas maneras.











En primer lugar, hemos de tener presente que la película se ve en el marco del festival, con lo que s´espera la llegada de actores, actrices, directores, realizadores, entrevistadores y todos los honores que haga falta para darle al acto categoría de Evento. Pero, con La vida de Jan y el barniz hiperrealista de todo esto, la proyección adquiere un perfil de manifestación reivindicativa de personas directa e directamente afectadas por la presencia de tal peculiaridad.


 








También cobra sentido la exposición de una película en el contexto de un Festival de Cine cuando se trata de presentarla por primera vez: en efecto, el estreno de esta peli no está previsto sino hasta el próximo otoño, con lo cual vamos a ser testigos tanto del propio début, que eso queda siempre muy de la modernidad, como de las reacciones del público que tiene ese privilegio.



 













El rasgo más festivalero es la presentación del filme a cargo de los propios protagonistas, especialmente, del mismo director, actor principal y jefe de todo esto, el señor Bernardo Moll Otto, que se desenvuelve como un humilde Juan Palomo y del que no se conocen muchas más obras, al menos, cinematográficas, que es lo suyo. Como buen pro, sabe crear expectación contándole al público asistente un resumen de las aventuras y desventuras sucedidas en el transcurso del rodaje de La vida de Jan.













  


Es cierto que hay un poco de Boyhood en lo que vemos, es decir, un seguimiento filmado de la vida de un chico, aunque hecho con más cariño y en un segmento de años bastante inferior al de la americanada de Richard Linklater. También le recorre una mayor aura de alegría que, pese a los altibajos producidos por las recaídas, sinsabores y contratiempos de la salud humana, se mantiene a lo largo de la hora y pico que dura el documental.

 

Merced a esa alegría para reconciliarse con la, en principio, ingrata realidad, la película se convierte en una pieza de carácter pedagógico, es decir, una especie de libro de texto para amar la vida, respetar las diferencias y, por último, proclamar valores éticos fuera del ámbito eclesiástico. Todo eso está muy bien: se pueden aprovechar perfectamente las horas muertas de las clases de Enseñanza Secundaria Obligatoria dando pie a un coloquio posterior con los chavales que no hayan escogido la asignatura de Religión y Moral Católica en la enseñanza pública española. Sin embargo, el espectador alejado de intenciones didácticas se queda, aunque sea por poco, fuera de juego. 

 










Explicació de la falla: los méritos relacionados con el arte y del espectáculo sufren una merma que perjudica la visión de la obra pues aquí los padres hacen de modelos inmaculados como extraídos de una parábola, en la jamás se enfadan ni reprenden y en la qu´el chico protagonista en ningún momento exaspera ni refunfuña. De alguna forma, es una muestra de una familia perfecta y eso, sintiéndolo mucho, traiciona la credibilidad de una obra artística. Si ese documento expositivo se concreta en un país con sus costumbres e historias distintas a los demás, a saber, tomarse doce uvas con las doce campanadas todos los 31 de diciembre y celebrar victorias en el Mundiales de Fútbol de marras además de pasar el domingo en la la playa y d´engullir ricas paellas, estamos ante una manera ideal de enseñar lengua y cultura españolas en un instituto de Acción Educativa en el Exterior. Para ello, es la película perfecta.


 








Sin duda, la presencia del síndrome de Down marca la proyección de principio a fin, lo cual incluye la comparecencia de las estrellas de la película al término de esta rodeando al mismo Jan, que, en no pocos momentos de la proyección ha estado jaleando sus apariciones en la sala de cine, anédota que tiene su gracia y qué ni preparada podía haber quedado tan bien. El Cinéfilo, a fuer de Ignorante, desconoce muchas de las características del síndrome en cuestión, por lo que agradeció in situ pregutnas, comentarios y felicitaciones por parte de neurólogos, fisioterapeutas y padres de niños con Down, con lo que, visto lo visto, aconseja al futuro espectador que, como él, vea la película acompañado de alguno de estos especialistas y así podrá comprender todavía mejor las evoluciones del afectado por esta alteración genética. Aún más: si desean hacer un seguimiento de la crianza de Jan, el mismo padre y director actualiza en su blog las evoluciones del pequeño actor hasta el día de hoy.


 








Es más que obvio que La vida de Jan les interesará, más que a nadie, a toda persona que vive o ha vivido de cerca el síndrome de Down, pero también, como queda dicho más arriba, a neurólogos y fisioterapeutas, a profesores de la ESO, a maestros de Educación Especial, a orientadores pedagógicos de institutos de Enseñanza Primaria y Secundaria, a médicos en general, a niños trabajosos que gustan de mofarse de las diferencias, a madres con ganas de ser cariñosas, a padres varones que aspiran a actuar con responsabilidad y, para qué engañarse, a todas aquellas personas que están en contacto con otros seres humanos ya que se trata de lo que llamaban en la meritoria Philomena una historia de interés humano.

 

Por lo que respecta a la valoración estelar de La vida, son escasamente aplicables las alabanzas recogidas en el párrafo anterior: tanto el buenismo como la corrección política perjudican la salud del valor cinematográfico y, así, la nota se queda en un decente aprobado.
½