Cinéfilos curiosos

jueves, 5 de mayo de 2016

HITCHCOCK/TRUFFAUT (Ken Jones, 2015)





Es verdad que ir al cine es una actividad tan gustosa y necesaria que se puede anteponer a cualquier otra igual qu´es cierto que, a veces, ponen difícil asistir a ciertas sesiones. A uno le gustan los números impares hasta para los horarios de las películas: en este país nuestro, estaría bien disponer de sesiones a las 5 (La tranquilidad), a las 7 (hora un poco de abuelos y, por tanto, no-sé-yo-que-decirte), a las 9 (ideal, fantástica y maravillosa) y a las 11 (para el bendito verano).



Pensando en la gente que trabaja en las salas de cine, a la que tenemos tanto que agradecer, las 11 es una hora un poco criminal: a ver cómo vuelven a sus casas esas criaturas cuando se ha dejado atrás la hora límite de las 12 de la noche. Lo que ocurre con la proyección de Hitchcock/Truffaut lo han inventado los propios currantes de la sala: sesión a las 11 de la noche, ideal, como quedó dicho, para una tórrida noche de estío mientras que, añado, resulta ligeramente killer para otras épocas del año, que ya se habló en otra entrada de la alta posibilidad de abandonarse al sueño en una hora así y en un día en el que pesa el cansancio de la semana laboral.



En un principio, hay algo de prevención por eso de la hora. También asusta un poco que, muy explicablemente, El Cinéfilo Ignorante pueda perderse en un marasmo de nombres de la jerga de los cinéfilos sabiondos, como contrapicado, spin-off, McGuffin, precuela y otros palabros. Por otra parte, se trata de Un Documental y no es el momento ni la ocasión de arrepentirse de haber escogido el documental como forma cinematográfica preferida. 



No hay cuidado con el tema de la jerga: desde el primer fotograma, está lejos de las intenciones del director Ken Jones (especializado, precisamente, en documentales) torturar a los ignorantes con jerga del gremio. Las imágenes de los dos personajes centrales -uno, gordo, y el otro, flaco; uno, muy francés, y el otro, muy anglosajón; uno, neófito (con perdón), y el otro, experimentado- producen la perpejidad que causan las diferencias, que, dicho de paso, están muy bien. Gusta especialmente cómo se aproxima el instante en el que, por fin, se van a ver las caras Mr Hictcock y Monsieur Truffaut, y que, en medio de los dos, actúe, en papel fundamental, la respetable señora que ejerce el noble oficio de la interpretación de idiomas. Es en el mundo de las lenguas donde reside, muy al juicio de este bloguero, uno de los atractivos del film: parece enteramente una película bilingüe, en el que las lenguas inglesa y francesa se quieren y se ayudan de forma desinteresada. 



Donde aparece un escollo para el disfrute de Hitchcock/Truffaut es en la aparición de otros personajes que no son sino más directores de cine, a los que un letrerito los presenta únicamente cuando salen a escena por primera vez y nunca más con lo cual surgen dudas a la hora de volver a identificarlos. De esta quema se salva necesariamente el Sr. Scorsese, al que se le da inusitado protagonismo. Todo eso puede ser aceptable sino fuera porque flota en el ambiente un halo de camaradería que molesta al espectador que está fuera del sindicato de actores y cineastas. Tanto se conocen entre ellos que, con poner el nombre al principio, ya sabremos de quién se trata en el resto de sus apariciones, ¿no? Pues no; somos más ignorantes de lo que se nos supone. Además, ya sabíamos que algunos de ellos iban a soltar alguna que otra frase rancia que no sale del elogio desmedido.



Es imposible atreverse a decir que no gusta el cine de Hitchcock; inevitablemente, este participa de algunos cutreríos propios del cine antiguo, también conocido como clásico, pero se cumple el tópico de las imágenes poderosas con primeros planos que causan verdadero pavor y que, por ello, atraen irremediablemente. Así, este documental es una ocasión perfecta para recordar y revivir algunos de esos planos, y no se preocupen, no, que se dedican varios minutos a analizar las secuencias de la Muerte en la Ducha, escena cumbre de Psicosis




Otra virtud que contrerresta el exceso de amiguismo protagonista de esta peli es encontrarnos a un Hitchcock pensador sorprendemente moderno: a juzgar por sus declaraciones, siempre ha querido alejarse de un cine para entendidos y, al mismo tiempo, no solo parece que no quiera atarse a la censura sino que da la impresión de estar deseando sacar a la luz temas escabrosos, es decir, sexo, puro sexo, a la hora de interpretar escenas de sus obras. Bien ahí por Hitchcock/Truffaut haciéndonos descubrir aspectos nuevos del mito que no conocimos en la chismosa Hitchcock (Sacha Gervasi, 2013), que tampoco estaba tan mal.


Por supuesto que Hitchcok/Truffaut les gustará a los cinéfilos antiguos, a los scorsesistas, a los defensores de los intérpretes de idiomas, a los espectadores que vivían con entusiasmo los estrenos de las películas bajo inmensos carteles de pintura todavía fresca, a los cerebros dueños de un memorión especializado en nombres de apellidos en varios idiomas, a las personas poco aficionadas al griterío y a los sociológos que se sienten especialmente atraídos por la década de los cincuenta.




Por último, disculpen el sacrilegio, pero se va a quedar en una modesta puntuación la nota otorgada a este dossier de la, para algunos, famosa entrevista que desembocó en un, para los mismos, no menos famoso libro. ¿Que le falta efectismo? Puede ser. ¿Que peca de ombliguista? Casi seguro que sí. ¿Que sobran algunas apariciones de directores cuyo nombres olvidamos? Sin duda alguna. Aun sabiendo que, como casi todos los documentales, este se deja ver bastante con cierta comodidad, que se conforme con tres estrellas, una por cada una de las personas presentes en aquella celebérrima (¿Lo he dicho bien?) entrevista.